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9 jun 2009

CON PENA Y SIN GLORIA

Ha pasado un año desde que Paraguay inició una nueva aventura democrática. Nueva en tanto que deja el poder el partido que por más de 60 años gobernaba el país. El cambio se imponía, era necesario. Y por muchos motivos, no pocos de índole moral. La desprestigiada clase política poco tenía para ofrecer en cuanto a figuras. Ni el Partido Colorado, ahogando alguna posibilidad en las internas, ni el Partido Liberal, supieron ofrecer un candidato de amplio consenso en la ciudadanía. Estos avatares más una preparada incursión personal durante años hicieron surgir la figura de Lugo. En ese momento la euforia del triunfo que trajo el cambio no llevó a mayores manifestaciones ni consideraciones que el solo entusiasmo.

Ahora, si el cambio era necesario, ¿lo era a cualquier precio? Pasado un año y la virulencia de los últimos hechos parecen desmentirlo. La pregunta clave parece la siguiente: ¿podía cimentarse la aventura de ese cambio sobre la base de un clamoroso fracaso personal? Si Lugo ha fallado en lo esencial de su vida, en aquello que le daba sentido y para lo que estaba preparado, ¿podía de buenas a primeras erigirse en un irreprochable y eficiente estadista? ¿no sería pretender en él una perfecta esquizofrenia, de modo que en su vida se dieran compartimentos estancos que jamás se comunicarían? ¿no se le estará pidiendo mucho a la pobre naturaleza humana caída? Sólo en el terreno humano y político, ¿cabe esperar un éxito en lo que no está preparado?

Que el hombre posee esa extraña y tremenda capacidad de banalizar lo más sublime ya no quedan dudas. El de Lugo es uno de los casos más emblemáticos. Y más tristes también. Quien ha recibido el poder de hacer bajar a Dios a sus manos y de ser partícipe de la plenitud del sacerdocio, formando parte de un colegio episcopal que se remonta a los Apóstoles, cualquier sustitución, por importante que parezca, no dejará de serlo por un plato de lentejas. Ese es el drama personal de Lugo que lo acompañará siempre como un estigma. Y sobre un drama así se construyó una nueva esperanza institucional y política.

Pero no hay que pensar que estas cosas suceden de buenas a primeras, de un día para el otro. Cualquier derrumbe personal, como el de una casa, está precedido de la desidia reiterada durante mucho tiempo. Si quien ha recibido una llamada divina, para la cual cuenta con toda la eficacia de la gracia divina, no se vale de los medios que la alimentan, despreciando esa misma gracia, el camino que queda es solo una pendiente hacia abajo. Corruptio optimo pessima, decía Santo Tomás: la corrupción de lo bueno es la peor. Un abismo llama a otro abismo. Y nublado el horizonte sobrenatural sólo queda aferrarse a lo humano. Pero sin reparar en algo: aferrarse a lo humano deshumaniza. Porque al hombre se le presentan dos alternativas: o tiene vida sobrenatural o tiene vida animal. El hombre que peca contra el Cielo, negando su carácter trascendente, despreciando la ayuda divina, termina, como el hijo pródigo, criando cerdos y deseando comer de lo que ellos comen.

Pero la gravedad radica también en el escándalo, en la confusión hacia el alma sencilla, ignorante, que es estafada. Porque los enemigos de Dios y de su Iglesia con sus diatribas no hacen más que confirmar que están fuera y mejor que sigan ahí, mientras sigan ciegos a la verdad. Pero hay un pueblo fiel que se ha visto afectado y desde hace tiempo. Un pueblo que tiene derecho a esperar de quienes son sus guías esa Luz a la que han sido llamados a reflejar, con su conducta y su palabra; a recibir la Palabra y al gracia que de verdad libera del único y verdadero mal que es el pecado, y no bajo promesas de un liberación que bajo el velo de una “teología” sólo lleva a ideologizar el mensaje divino y, por lo tanto, a una irremediable frustración. De poder dar lo más sublime para el hombre, se rebaja ese tesoro a baratija, transformándose en mercenarios de Cristo, porque se amparan en su nombre y en su Iglesia.

En medio de esto predominan las voces de la ignorancia, cuando no de una inexplicable alabanza. Poco y nada se ha pensado en las personas afectadas. ¡Qué necesidad de que se alzaran voces claras que quizá en su momento no se alzaron!!Qué necesidad de que se escuche sobre todo el silbido del Buen Pastor que en boca de sus elegidos llevaran claridad y conforto! Poco y nada de eso ha sucedido. En cambio, sólo se ha podido comprobar cuánto cuesta rectificar, pedir perdón pero de verdad, reconociendo los errores y buscando reparar el daño, señal de claro arrepentimiento. Por algo el Señor, en su infinita misericordia, nos ha dejado a su Madre. A Ella, a la Virgen de Caacupé, nos confiamos una vez más. Para los protagonistas y para las almas desairadas en su fe, en su confianza y en sus justas aspiraciones, a través de Ella imploramos su ayuda.